Por Iván Navas. Agosto 10, 2017
Si la naturaleza es la que cura o trata de curar las enfermedades por medio de los síntomas, es de esperarse un tratamiento que actué en la misma dirección de ella, respetando los síntomas, como lo hace la homeopatía al aplicar la ley de los semejantes.
Esta ley dice que las enfermedades se curan con sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas de la enfermedad. Por ejemplo, para curar la diarrea se da un medicamento que produce diarrea; para la tos, un medicamento que ocasiona tos; para el dolor, un medicamento que provoca dolor. El paciente así sana y no agrava, como podría pensarse, debido a que el medicamento es dado en pequeñas dosis, otro de los principios homeopáticos que se describe más adelante.
Antes del nacimiento de la homeopatía, varios médicos afirmaron la ley de los semejantes. El primero fue Hipócrates, cuatro siglos antes de Cristo. En sus obras se leen los siguientes enunciados:
«Por el similar de la enfermedad se desarrolla y por el empleo del similar la enfermedad es curada… De modo que lo que ocasiona el tenesmo urinario en el sano lo cura en el enfermo. La tos es provocada y curada por el mismo agente, exactamente como en el caso del tenesmo… Así el vómito es detenido por un vomitivo. Pero se puede también detener el vómito eliminando lo que, con su permanencia en el cuerpo, provoca el vómito. De modo que por los dos opuestos caminos la salud puede ser restaurada. Procediendo así será fácil, ya sea según la naturaleza y causa de la enfermedad tratarla de acuerdo al contrarium o al similimum» (Marzetti, 1976, pág. 26).
Según lo anterior, Hipócrates aplicaba dos métodos para tratar las enfermedades. Uno era el tratamiento con contrarios, que utilizaba medicamentos para oponer o contrarrestar los síntomas y signos resultantes de factores externos perjudiciales (por ejemplo, intoxicaciones); y el otro, el tratamiento con similares, que estimulaba la capacidad curativa propia del organismo.
Estos dos enfoques del tratamiento médico permanecieron activos hasta el siglo II d. C., cuando Galeno (médico griego, 130 – 200) basa toda su terapéutica en la ley de los contrarios y relega al olvido el tratamiento con similares. Por eso se puede afirmar que Galeno es el padre de la medicina oficial o alopática.
Paracelso (médico y alquimista suizo, 1493 – 1541) muestra su total desacuerdo con la doctrina de Galeno, rescatando nuevamente la ley de los semejantes, expuesta en frases como las siguientes:
«La enfermedad está producida por similares, y a través de los símiles que han producido la enfermedad, el paciente pasa del estado de enfermo al de sano. La fiebre cesa por obra de lo que la ha causado, y nace por obra de lo que la hace cesar. (Leston, 2010)…Lo que produce ictericia, también cura ictericia… Porque las drogas que curan la parálisis deben salir de lo mismo que la causa» (Marzetti, 1976, pág. 29).
Debe precisarse que parte de la terapéutica de Paracelso se basaba en una semejanza rudimentaria, esto es, por medio de la teoría de las signaturas, que aseguraba que los poderes curativos de las plantas se podían deducir de su aspecto externo, asemejando la forma de las plantas, de las raíces o de las hojas con la forma de un órgano humano. Así, por ejemplo, es posible deducir que las piñas o granadas constituyen un buen remedio contra el dolor de muelas por su gran semejanza con la dentadura; las nueces contra las afecciones de la cabeza, debido a que la cáscara verde de aquellas representa el cuero cabelludo, la otra cáscara dura y leñosa corresponde a los huesos del cráneo, la película amarillenta que recubre la almendra equivale a la meninges, y la propia almendra, a los hemisferios cerebrales; la orquídea servía para los testículos dada la semejanza con ellos de sus bulbos; o que sanará el pulmón la planta llamada pulmonaria, por la forma parecida de sus hojas con este órgano (Leston, 2010).
Johann Rhumelius (médico y alquimista alemán, 1597 – 1661) escribió: “Y el semejante será vencido por el semejante, a pesar de los enemigos de la verdad, que no quieren oír nada y se conforman con errar con los ciegos” (Marzetti, 1976, pág. 30).
Otros médicos que aseveraron la ley de los semejantes fueron comentados por el mismo fundador de la homeopatía al final de la introducción del libro “Organón de la Medicina”, como:
Jorge Detharding (médico alemán, 1671 – 1748), que “acierta al afirmar que la infusión de hojas de sen, calma los cólicos de los adultos, debido a su efecto análogo de provocar cólicos en personas sanas” (Hahnemann, 2008, pág. 126).
Von Storck (médico austríaco, 1731 – 1803) reflexiona: “Si el estramonio trastorna la mente y produce locura en personas sanas, ¿no debería probarse si a las personas dementes puede devolverles el sano juicio mediante la modificación de las ideas?” (Hahnemann, 2008, pág. 126).
Ernst Stahl (médico y químico alemán, 1660 – 1734), fue el más claro al escribir:
«La regla admitida en medicina, de tratar las enfermedades por medios contrarios u opuestos a los efectos que estos producen (contraria contrariis), es completamente falsa y absurda. Estoy persuadido, por el contrario, de que las enfermedades ceden a los agentes que determinan una afección semejante (similia similibus); las quemaduras por medio del ardor del fuego a que se aproxime la parte; las congelaciones, por la aplicación de nieve y de agua fría; las inflamaciones y las contusiones, por medio de los espirituosos (vino). Siguiendo este sistema he conseguido hacer desaparecer la disposición a las acedías (acidez) con cortas dosis de ácido sulfúrico, en casos en que inútilmente se había administrado una multitud de polvos absorbentes» (Hahnemann, 2004, págs. 128-129).
Samuel Hahnemann, el padre de la homeopatía, redescubre y comprueba la ley de los semejantes cuando al estar traduciendo la Materia Médica de Cullen (famoso tratado de farmacología de la época escrito por William Cullen, médico y cirujano escocés, 1710 – 1790), en el año 1790, lee que la Quina (corteza de un árbol del Perú conocido como Quino) cura el paludismo por sus propiedades amargas sobre el estómago. Hahnemann no estuvo de acuerdo con esta explicación y decidió experimentar la quina en sí mismo, notando que le ocasionaba síntomas muy semejantes al paludismo (fiebres periódicas); y para asegurarse de los resultados, repitió la prueba varias veces, obteniendo siempre los mismos trastornos. Entonces, dedujo que la Quina curaba el paludismo porque producía síntomas semejantes a esta enfermedad (Ullman, 1990, pág. 61).
Hahnemann se basa en esta ley para nombrar la nueva medicina, la homeopatía (del griego homios: semejante, y pathos: sufrimiento, enfermedad); y distingue las otras posibilidades de tratamiento como:
– Enantiopatía (del griego enantios: contrario, y pathos: enfermedad), tratamiento por medio de medicamentos con efectos opuestos o contrarios a los síntomas de la enfermedad, como los antiinflamatorios, antialérgicos, antidiarreicos, antihipertensivos, etc.
– Alopatía (del griego allos: diferente, y pathos: enfermedad), donde se prescriben medicamentos cuyos síntomas no tienen ninguna relación con los síntomas de la enfermedad, por ejemplo: anticonvulsionantes para el dolor neuropático, antidepresivos para la migraña, electrochoque para la depresión y la esquizofrenia, etc. (Hahnemann, 2008, págs. 149-151).
Estos dos últimos métodos terapéuticos no curan y si agravan al paciente. Una de las causas por las que el tratamiento enantiopático o contrario agrava es porque al suprimir los síntomas provoca en el cuerpo un efecto de acción y reacción, conocido en física como la tercera ley de Newton, que dice que toda acción produce siempre una reacción igual, pero en sentido contrario. De esta manera, al dar un medicamento opuesto se origina en el organismo un efecto que suprime el síntoma por cierto tiempo, después del cual el cuerpo responde produciendo el mismo síntoma y con la misma intensidad al estímulo inicial. Este síntoma de respuesta al medicamento dado se suma al síntoma original del enfermo que, al ser semejante, produce su intensificación. El médico observando que el síntoma ha vuelto más fuerte (fenómeno que se puede hacer ostensible en semanas o meses), aumenta la dosis, ocasionando una enfermedad más grave, la incurabilidad o incluso la muerte (Hahnemann, 2008, págs. 189-195).
Se puede dar como ejemplo cualquier medicamento “anti”, pero tomemos el caso de los broncodilatadores. Un paciente con asma presenta estrechamiento de los bronquios que dilata al aplicar un broncodilatador. Al terminar de actuar esta sustancia, el organismo reacciona con un efecto contrario y de igual intensidad al que se le ocasionó, es decir, con broncoespasmo, que se suma al broncoespasmo ocasionado por la enfermedad. El paciente no lo percibe porque aplica nuevamente el medicamento que, al cabo de un tiempo, tiene que incrementar en cantidad y en frecuencia o agregar otro broncodilatador.
Puede suceder también que, ante la insistencia en tomar medicamentos enantiopáticos como alopáticos, se logre mitigar el síntoma y el cuerpo busque entonces otra manera de aliviar su desequilibrio, desplazando la afección al interior del cuerpo o a órganos más importantes para la vida (Hahnemann, 2008, pág. 310).
Además, las grandes dosis que se dan de estos medicamentos, una o varias veces al día y por meses o años, llegan a afectar otras partes del cuerpo, de manera más grave aún que la enfermedad que se quiso aliviar.
En la introducción del libro “Organón de la Medicina”, Hahnemann explica como personas no médicas utilizan medios físicos en sus traumatismos sin percatarse que mejoran porque aplican la ley de los semejantes:
«Un golpe en la frente con un objeto duro (un chichón muy doloroso) disminuye su dolor e hinchazón rápidamente si se oprime el sitio con el pulgar durante un tiempo en forma fuerte y luego cada vez más suave en forma homeopática. No mediante un golpe igual con un cuerpo igual de duro, esto empeoraría isopáticamente[1] la dolencia».
«Sobre miembros recién congelados se aplica chucrut (col ácido) congelado o se le fricciona con nieve… El grado de aplicación de frío prolongado, en el cual se congeló el miembro, no lo restituye isopáticamente (sino lo mataría), sino un frío que solo se le acerca (homeopatía) y que paulatinamente lleva la temperatura a un nivel agradable».
«El cocinero experimentado cuando se ha escaldado una mano, la mantiene a cierta distancia del fuego y no hace caso al mayor dolor inicial, ya que sabe por experiencia que de esta forma en pocos minutos la parte quemada se convierte en piel sana y sin dolor… John Hunter (cirujano y anatomista escocés, 1728 – 1793) enumera los grandes perjuicios que resultan de tratar quemaduras con agua fría y expresa la preferencia de acercarlos al fuego».
«Los barnizadores aplican a la parte quemada algo similar, algo que produce ardor (alcohol tibio o esencia de trementina) y de este modo se curan en pocas horas. Ellos saben bien que las pomadas refrescantes no permiten una cura ni siquiera en meses. El agua fría empeora la dolencia… Benjamín Bell (cirujano escocés, 1749 – 1806) dice: “Uno de los mejores remedios para quemaduras es el alcohol. Al aplicarlo parece por un momento que el dolor aumenta. Pero esto pronto cede y luego sigue una sensación agradable y tranquilizante. Es más efectivo aun cuando la parte puede mantenerse inmersa en él, pero cuando esto no pueda hacerse, debe mantenerse constantemente humedecida mediante hilas empapadas”. Yo agrego: el alcohol muy caliente es aún más benéfico y su acción más rápida, ya que es todavía más homeopático que el frío».
«El experimentado cosechador que se ha esforzado al rayo del sol hasta llegar a un estado febril, nunca tomará agua fría (opuesto con opuesto), ya que conoce lo nefasto de este proceder. Aun cuando no tenga el hábito de beber licores fuertes, tomará un poco de licor que caliente, un trago de aguardiente. La experiencia le ha enseñado de la gran ventaja y lo benéfico de este proceder homeopático. El calor y la fatiga rápidamente son eliminados» (Hahnemann, 2008, págs. 118-124).
También muchos de los remedios caseros mejoran porque producen síntomas similares a los que se quieren contrarrestar. Es así que se utiliza la manzanilla (denominada Chamomilla en homeopatía) como tranquilizante y para los cólicos abdominales y menstruales; el tallo de apio (Apium Graveolens) en la indigestión; rábano (Raphanus Sativus) para dolores en el hígado y la flatulencia; ruda (Ruta Graveolens) en los cólicos menstruales y el estreñimiento; jugos ácidos como el de limón, curuba o vinagre de manzana, para la acidez estomacal; la cebolla común (Allium Cepa) en la inflamación de la garganta; el ajo (Allium Sativum) para el asma, la artritis y la hipertensión; sauco (Sambucus Nigra) en el resfriado, la amigdalitis y la tos; eucalipto (Eucalyptus Globulus) en la gripa, sinusitis, bronquitis y asma; menta (Mentha Piperita) para la faringitis, laringitis y la tos; perejil (Petroselinum Sativum) en la retención de orina; la cola de caballo (Equisetum Hyemale) en la inflamación de la vejiga; el árnica (Arnica Montana), que produce hemorragias, moretones y dolor de magullamiento, es aplicado en las contusiones, etc.
Igualmente en lo mental, cuando las personas comparten experiencias dolorosas semejantes, pueden lograr curarse, y un ejemplo evidente se observa en el mejor tratamiento que existe para el alcoholismo por medio del movimiento “alcohólicos anónimos”, donde cada persona del grupo expresa su vivencia desafortunada que lo llevó a refugiarse en el alcohol, de manera similar a los demás integrantes.
James Tyler Kent (médico homeópata estadounidense, 1849 – 1916) da otro ejemplo al respecto:
«Una joven que ha perdido a su madre o a su amante, y que está enferma a consecuencia de esto, agobiada por la pena, llorando continuamente, y que ha llegado a la melancolía. Sentada en un rincón, no oye a nadie, piensa que nadie puede comprenderla, porque nadie ha pasado semejante pena. Apliquémosle el tratamiento alópata: “Ven; no tienes nada ¿Por qué no te animas? ¿Por qué no procuras despertarte?” Pero esto solamente la sumerge más profundamente en su estado de melancolía. Reñir y maltratarla es inútil. Pero introduzcamos el tratamiento homeopático, empleando una enfermera que sea una buena actriz, que haya pasado por la misma pena y que se ponga sollozando en otro rincón. Muy pronto la paciente dirá: “Usted parece que tiene la misma pena que yo”. “Si, yo he perdido a mi amante”. “Pues bien, Usted puede comprenderme”. Y las dos se ponen a llorar, y sacan su pena juntas. Hay un vínculo de simpatía entre ellas. A veces, un caso curable de locura puede ser alcanzado de esta manera, y así tenemos hecha una curación mental» (Kent, 1992, pág. 142).
En la naturaleza se da que una enfermedad cure a otra, cuando la enfermedad reciente es similar en síntomas y algo más fuerte a la existente. En el parágrafo 46 del Organón, Hahnemann da once ejemplos, trascribiéndose el siguiente:
«Si el sarampión entra en contacto con una enfermedad parecida en su síntoma principal, la erupción, puede curarla sin inconvenientes en forma homeopática. Según observó Kortum (médico alemán, 1745 – 1824), una erupción crónica fue curada (homeopáticamente) en forma duradera y completa por el sarampión. Un eczema muy ardiente de seis años de duración en la cara, cuello y brazos, que se agravaba en cada cambio climático, se convirtió, debido al sarampión, en una superficie de piel totalmente hinchada. Luego de superar el sarampión, la erupción estaba curada y no se presentó nuevamente» (Hahnemann, 2008, pág. 178).
Para una síntesis del tema, ver el “Resumen de los principios o fundamentos de la homeopatía“.
[1] Hahnemann hace referencia a la isopatía (del griego iso: igual, y pathos: enfermedad) en la nota del parágrafo 56 del “Organón”, como un intento de una tercera aplicación de medicamentos contra las enfermedades, que busca curar una enfermedad dada con el mismo principio contagioso que la produce (Hahnemann, 2008, pág. 187).
Referencias
Hahnemann, S. (2004). El Organón de la Medicina. (D. Flores Toledo, Trad.) México, D. F.: Instituto Politécnico Nacional.
Hahnemann, S. (2008). Organón del arte de curar. (R. Pirra, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Copyright RGP.
Kent, J. (1992). Filosofía Homeopática. New Delhi, India: Jain Publishers.
Leston, C. (5 de abril de 2010). Medicina Natural. Obtenido de http://forumnaturista.blogspot.com.co/2010/04/paracelso.html
Marzetti, R. (1976). Lo Fundamental en Homeopatía, su Teoría y Práctica. Buenos Aires, Argentina: Climent.
Ullman, D. (1990). La homeopatía. Barcelona, España: Martínez Roca S. A.