7. Principio vital

Por Iván Navas. Agosto 20, 2017

La energía vital en homeopatía

Después de encontrar Hahnemann que las sustancias preparadas homeopáticamente se convertían en energía, dedujo que estas tenían que actuar en el cuerpo sobre otra energía que denomina principio vital, ya conocida en la corriente filosófica del vitalismo.

El vitalismo postula que los organismos vivos, a diferencia de las cosas inanimadas, se caracterizan por poseer una fuerza o impulso vital, distinta de la energía estudiada por la física y la química, que actuando sobre la materia organizada da como resultado la vida (Wikipedia, 2017).

El vitalismo, que es tan antiguo como el mismo hombre, influyó en los inicios de la medicina, dando origen en Grecia a dos escuelas: la de Cos, de carácter vitalista e integral, iniciada por Hipócrates; y la de Cnido, materialista y organicista (Oviedo, 2012).

El concepto de la medicina materialista, predominante hasta hoy, es que la vida nace en la misma materia, reduciéndose a procesos físico-químicos, inclusive el psiquismo. En consecuencia, la enfermedad también tiene un origen material, ya sea interno o externo. En cambio, para la medicina vitalista la energía vital, como otro componente del hombre, da la vida, y es la responsable de la salud y de la enfermedad.

Hahnemann explica el principio vital en los parágrafos 9 al 18 del Organón, dando a entender en el parágrafo 9 que las partes que forma al hombre son:

1. Cuerpo o materia: Estructura anatómica y fisiológica del ser humano.

2. Espíritu: Esencia dotada de razón.

3. Principio vital, energía vital, vida o alma: Entidad dinámica soberana de las operaciones vitales, que une las dos partes anteriores y le da vida al cuerpo (sin él se descompondría), manteniendo la salud en un estado armónico admirable en sensaciones y funciones, que al desequilibrarse produce la enfermedad y, a su vez, induce el proceso de curación.

Y precisa:

“El organismo es una herramienta material para vivir. Pero no se lo concibe sin la animación que le otorga la dynamis en forma instintiva y ordenadora, así como no se concibe el poder vital sin organismo. Ambas forman una unidad. Solamente para facilitar su comprensión, es que se separa a esta unidad en dos concepciones diferentes” (Hahnemann, 2008, pág. 144).

Cuando una persona se enferma, primero solo se altera el principio vital, que da luego a conocer su alteración mórbida únicamente a través de los síntomas. A su vez, la desaparición mediante la cura de todos los síntomas implica la restauración de la integridad del principio vital y, por lo tanto, de la salud de todo el cuerpo (Hahnemann, 2008, págs. 137-142).

En las verdaderas enfermedades, los factores o agentes externos que alteran el principio vital solamente pueden hacerlo de manera dinámica y, de igual manera, únicamente puede ser restablecido por el médico mediante medicamentos dinámicos, percibidos en las terminaciones nerviosas del organismo (Hahnemann, 2008, pág. 144).

Se podría pensar que esto no se cumple en enfermedades como las infecciosas, donde es conocida la acción material, por ejemplo, de las bacterias produciendo o conteniendo toxinas generadoras de la enfermedad. Sin embargo, se considera que el dinamismo de la bacteria es lo primero que actúa al desarmonizar aún más el principio vital del enfermo. Y se especifica “aún más” porque para que se den las infecciones el cuerpo debe estar susceptible o vulnerable a ellas, ya sea por causas externas, como malos hábitos de vida, factores emocionales o tratamientos médicos incorrectos; o por causas internas, como las enfermedades crónicas miasmáticas, que se estudiaran en el siguiente capítulo. Por eso los antibióticos son solo paliativos y no logran una verdadera curación, pues no modifican el desequilibrio del principio vital y su estado susceptible que hace que el paciente frecuentemente recaiga en la enfermedad.

Un pensamiento o sentimiento negativo, que en esencia es dinámico y no material, puede causar síntomas superficiales (indisposición o aparente enfermedad), o exacerbar síntomas en una constitución enferma y, a su vez, curarán los primeros o mejorarán los segundos al aplicar un tratamiento psicológico, que es igualmente dinámico. Comenta Hahnemann:

“El poder de la imaginación puede provocar la más grave de las enfermedades debido a una suficiente desarmonía del principio vital, y a su vez también se la puede eliminar de igual forma. Un sueño de advertencia, una fantasía supersticiosa o una predicción solemne que en cierto día o a cierta hora se debe esperar la muerte, provoca a veces todos los signos de una incipiente enfermedad progresiva, de la muerte que se aproxima, aún de la muerte misma a la hora señalada. Esto solo es posible si simultáneamente se efectúa el cambio interno (que se corresponde con el estado que se puede percibir desde el exterior). En tales casos mediante un engaño o una persuasión para creer lo contrario, a menudo se disipan todas las características morbosas que anuncian la muerte y se restablece la salud. Esto no sería posible sin eliminar, mediante estos medios curativos únicamente morales, estas alteraciones mórbidas internas y externas que llevan a la muerte” (Hahnemann, 2008, págs. 145-146).

Son varias las teorías que se han planteado de cómo actúa el medicamento homeopático[1]. Hahnemann da una explicación dinámica, como era de esperarse al considerar la enfermedad un desequilibrio dinámico y el medicamento energía, aunque aclara: “Poco importa la explicación científica de cómo sucede. No le asigno demasiada importancia a intentar explicar esto. Pero el siguiente punto de vista parece ser el más probable, ya que se basa en premisas obtenidas de la experiencia” (Hahnemann, 2008, pág. 155). Resumiendo, dice:

1. El medicamento homeopático ocasiona en el principio vital otra enfermedad, que es artificial, semejante y más fuerte con respecto a la enfermedad natural.

2. El principio vital sufre entonces una transferencia, una sustitución, de la afección mórbida natural a la afección medicinal artificial, que desde entonces lo domina.

3. La afección mórbida natural, siendo más débil, cesa y desaparece.

4. La fuerza de la enfermedad artificial se va agotando poco a poco, hasta dejar al paciente libre y curado.

5. El principio vital, así liberado, puede continuar rigiendo la vida en el estado de salud (Hahnemann, 2008, págs. 155-156).

Además de Hahnemann, son numerosos los médicos y filósofos que han expresado su inclinación al vitalismo, de los que citamos los siguientes:

Platón (filósofo griego, 427 a. C. – 347 a. C.): Afirma que todos los seres animados tienen un principio de vida que los gobierna, y en el hombre este principio de vida tiene además razón, que le permite no solo vivir, sino entender y ascender al mundo de las ideas. El alma humana para Platón es esencia espiritual y principio vital a la vez (Xirau, 1990, pág. 60).

Aristóteles (filósofo y científico griego, 384 a. C. – 322 a. C.): Considera que todos los seres vivos tienen un alma, que le da vida a la materia y la organiza. El alma no es un espíritu separable del cuerpo (como pensaba su maestro Platón), sino es la forma o la estructura del cuerpo vivo. Distingue en el alma tres funciones fundamentales: la función vegetativa, que es la potencia nutritiva y reproductiva, propia de todos los seres vivientes, empezando por las plantas; la función sensitiva, que comprende la sensibilidad y el movimiento, propia de los animales y del hombre; y la función intelectiva, específica del hombre (Robles, 2016). “El alma humana, en su aspecto más alto es inmortal… pero no es una inmortalidad personal. Solo la razón pura, idéntica en todos los individuos, es capaz de una permanencia más allá de la vida separada de cada persona” (Xirau, 1990, pág. 80).

Tomás de Aquino (filósofo y teólogo italiano, 1225 – 1274): Igual que Aristóteles, piensa que el alma humana está compuesta de diversos grados, como el vegetativo, el motriz y el intelectual, pero difiere en que la considera inmortal de manera individual (Xirau, 1990, pág. 148). El alma le da vida al cuerpo, pero no actúa directamente, sino a través de sus emanaciones, potencias, fuerzas o lo que se llama hoy energía vital, que proviene de la transformación de los alimentos y de la energía solar. El alma no crea sus emanaciones energéticas, solo las obtiene por la transformación de la materia (Oviedo, 2012).

Paracelso (médico y alquimista suizo, 1493 – 1541) dice:

«El hombre está hecho de tres algos o sustancias, y estas tres sustancias constituyen la totalidad del hombre. A estas tres sustancias, Hermes[2] las llama espíritu, alma y cuerpo… No son otra cosa que los tres principios mercurio, azufre y sal, a partir de los cuales se generan los siete metales. Porque el mercurio es el espíritu, el azufre es el alma y la sal el cuerpo. El metal entre el espíritu y el cuerpo, conforme a lo que dice Hermes, es el alma, que en realidad es el azufre. Ella une a esos dos contrarios, cuerpo y espíritu, y los convierte en una sola esencia… El cuerpo viene de los elementos; el alma, de las estrellas, y el espíritu, de Dios… Y como la constitución total del hombre consiste en esas tres sustancias, hay por consiguiente tres modos en los que puede originarse la enfermedad, a saber, en el azufre, en el mercurio o en la sal. Mientras estas tres sustancias están repletas de vida, están sanas; pero cuando quedan separadas, el resultado será la enfermedad. El lugar en el cual empieza esta separación es el origen de la enfermedad y el inicio de la muerte[3]» (Perry, 1995, págs. 21-23).

Ernst Stahl (médico y químico alemán, 1660 – 1734): Sostiene que la vida no es un conjunto de acciones y reacciones químicas, sino un acto del alma, desde la inteligencia hasta la última secreción, y así en salud, en enfermedad y en vías de curación. Al alma o “ánima” la considera esencia espiritual que da vida al cuerpo, con origen y destino en la divinidad, perdurando después de la muerte; por eso su teoría se le conoce como “animismo”. Stahl tuvo muchos seguidores tanto en Alemania como en el resto de Europa, especialmente en Francia en la «Escuela de Montpellier» (Oviedo, 2012).

Paul J. Barthez (médico francés, 1734 – 1806): Fue uno de los máximos representantes de la escuela de Montpellier, que modifica el concepto de Stahl de ánima por principio vital y, por lo tanto, de animismo por vitalismo, al quitar el componente espiritual y dejar solamente al principio vital como una energía que da vida al cuerpo, extinguiéndose al morir éste (Oviedo, 2012).

Henri Bergson (filósofo francés, 1859 – 1941): Propuso el término “élan vital”, que traduce “fuerza vital” o “impulso vital”, para referirse a la fuerza o impulso que existe en cada organismo, y que causa el desarrollo y la evolución de los seres vivos. Sin ella, dice, el universo permanecería igual por toda la eternidad (Esquivias, 2015).

Al igual que la homeopatía, las principales “medicinas alternativas” fundamentan su terapéutica en la energía vital, con conceptos propios sobre ella, como se describe en la pregunta del sub-menú “Preguntas – Respecto a otras terapias”: ¿Qué tiene en común la homeopatía con otras medicinas alternativas?

Para una síntesis del tema, ver el “Resumen de los principios o fundamentos de la homeopatía“.

[1] Actualmente, las investigaciones científicas sobre el mecanismo de acción del medicamento homeopático se están realizando en el campo de la física cuántica. Las investigaciones de Louis Rey, físico suizo, han demostrado que el agua en la que se disuelven distintos medicamentos homeopáticos presenta una termoluminiscencia distinta para cada uno de ellos en función de la potencia y el medicamento disuelto. Asimismo, Luc Montagnier, premio Nobel de Medicina en el 2008 por descubrir el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), afirma que: “Se ha observado que ciertas sustancias diluidas en el agua hasta el punto en que ya no queda materia, registran vibraciones distintas en sus moléculas. Estas diluciones son capaces de reconstruir la información genética de la materia”. El agua puede conservar la forma y la información del principio activo de la molécula (Mestre, 2012, págs. 145-146).

[2] Hermes Trismegisto fue un gran legislador egipcio, sacerdote y filósofo, que vivió alrededor del año 2270 a. C. Es considerado el fundador de la alquimia y de un sistema de creencias metafísicas que hoy es conocido como hermetismo. Se le atribuye el texto de alquimia: La tabla de esmeralda, traducida del latín al inglés por Isaac Newton; y de filosofía: el Corpus hermeticum (Wikipedia, 2017).

[3] Puede observarse a este nivel del trabajo que Paracelso fue un verdadero precursor de la homeopatía al enseñar seis de sus principios: natura morborum medicatrix, ley de los semejantes, individualidad morbosa y medicamentosa, dosis mínima y principio vital.

Referencias

Esquivias, A. (14 de Abril de 2015). Antropología emocional. Obtenido de https://antoniovillalobos.wordpress.com

Hahnemann, S. (2008). Organón del arte de curar. (R. Pirra, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Copyright RGP.

Mestre, A. (2012). 101 preguntas y respuestas sobre homeopatía. Barcelona, España: Alrevés, S. L.

Oviedo, A. (28 de Septiembre de 2012). Tani Tani. Obtenido de http://www.amigo-latino.de/indigena/noticias/newsletter_08_12/575_sq_vital_AO.html

Perry, W. (1995). La alquimia en la homeopatía. Barcelona, España: Libergraf, S. L.

Robles, R. (11 de Mayo de 2016). Didáctica de la Filosofía. Obtenido de http://rafaelrobles.com

Wikipedia. (10 de Abril de 2017). Wikipedia, la enciclopedia libre. Obtenido de https://es.wikipedia.org

Xirau, R. (1990). Introducción a la historia de la filosofía. México D. F., México: Universidad Nacional Autónoma de México.