Las enfermedades crónicas miasmáticas según Hahnemann

Por Iván Navas. Agosto 25, 2017

 

Las enfermedades crónicas miasmáticas según Hahnemann

 

De las enfermedades crónicas miasmáticas según Hahnemann, se desarrollan los siguientes temas:

  1. Naturaleza y características.
  2. Tratamiento.
  3. Régimen y dieta en el tratamiento.
  4. Precauciones en el tratamiento.

 

1. Naturaleza y características de las enfermedades crónicas miasmáticas

Hahnemann descubre las enfermedades crónicas miasmáticas al observar y preguntarse por qué con los medicamentos hasta ahora existentes las enfermedades agudas se curan, pero no así las enfermedades crónicas, que obtienen solamente un alivio no duradero. Después de dedicarse día y noche desde el año 1816 (la primera edición de su libro de “Enfermedades Crónicas” fue en 1828), concluye que se debe a que “el médico solo trata con una parte separada de un mal primitivo situado en profundidad… que el mal primitivo es de naturaleza miasmáticamente crónica… y que el jamás cede a un régimen saludable o se extingue por sí solo” (Hahnemann, 1999, pág. 32).

Distingue solamente tres males primitivos o enfermedades crónicas miasmáticas (de las que provienen la mayor parte de las dolencias crónicas) que son: “La sífilis (también llamada por mí enfermedad venérea chancrosa), luego la sycosis o enfermedad de las verrugas (verrugas genitales y la gonorrea) y finalmente, la psora, que es la enfermedad crónica fuente de la erupción sarnosa” (Hahnemann, 1999, pág. 35).

Refiere que la psora es la enfermedad crónica miasmática más antigua que conocemos, habiéndose manifestado de diferentes maneras. En la época antigua ya Moisés destacaba diversas variedades. En occidente durante la edad media se presentó bajo la forma de una erisipela maligna (llamada Fuego de San Antonio), luego como lepra en el siglo XIII y dos siglos después como sarna, gracias a los mejores hábitos de vida e higiene que se tuvieron en esa época. De la sífilis dice Hahnemann que comenzó en Europa en el año 1493, y de la sycosis no da referencia (Hahnemann, 1999, págs. 36-37).

Sánchez al respecto comenta que en la época de Hahnemann se le llamaba sarna no a la afección que conocemos ahora; la sarna era toda una serie de padecimientos que tenían por característica comezón y costras supurantes en todo el cuerpo, que se transmitían con facilidad y que duraban años y años, por lo que muchas de las entidades dermatológicas actuales corresponderían a aquella sarna antigua, e incluso a una determinada forma de lepra (Sánchez, 2012, págs. 35-36).

Para Hahnemann, las causas de las enfermedades crónicas miasmáticas o naturales eran de tipo infeccioso o contagioso, y a estos agentes los llamó miasmas crónicos (Hahnemann, 2008, pág. 223).

El inicio de las enfermedades miasmáticas crónicas se da en tres períodos, al igual que las enfermedades eruptivas miasmáticas agudas: primero, el momento del contagio, que sucede en un instante; segundo, el de invasión, tiempo en el cual el organismo entero es penetrado por la enfermedad y, tercero, el de la manifestación del mal al exterior, que en cierto sentido se hace cargo de la enfermedad interna, apaciguándola paliativamente (Hahnemann, 1999, pág. 58).

El contagio al que hace referencia Hahnemann es especialmente de tipo dinámico, como lo afirma en los siguientes párrafos:

“Nuestra fuerza vital, siendo un poder dinámico, no puede ser atacada y afectada por influencias nocivas sobre el organismo sano, y producidas por fuerzas externas hostiles que perturban el armonioso funcionamiento de la vida, más que de un modo inmaterial de tipo espiritual (dinámico)” (Hahnemann, 2004, pág. 150).

“Si prende la viruela o la vacuna, esto sucede en el instante en que, por el efecto de su inoculación, el líquido mórbido entra en contacto, en la herida sangrante hecha en la piel, con los nervios expuestos, los cuales, en el mismo momento, comunican la enfermedad irrevocablemente, y de una manera dinámica, a la energía vital (a todo el sistema nervioso)” (Hahnemann, 1999, pág. 59).

Para contraer las enfermedades es necesario estar susceptible a padecerlas. Escribe: “El contagio con los miasmas de las enfermedades tanto agudas como las que se cree crónicas sucede, sin duda, en un único momento, esto es, en aquel propicio para el contagio” (Hahnemann, 1999, pág. 59).

Asevera que los miasmas se heredan, como se puede leer en la nota al parágrafo 78 del Organón: “Los afectados parecen totalmente sanos a los ojos de sus parientes y conocidos, y la enfermedad que les fue transmitida por contagio o herencia parece haber desaparecido completamente” (Hahnemann, 2008, pág. 223).

Gracias a los síntomas de la piel, la psora se mantiene con sus males secundarios, por así decirlo, latente y atada. Pero cuando se suprimen estos síntomas, se desatan las consecuencias más perniciosas, que tendrán un peligro inmediato mucho más fuerte si la erupción es mayor y de larga data (Hahnemann, 1999, pág. 68). Lo mismo sucede cuando se suprime el flujo gonorreico y las verrugas en la sycosis, y el chancro en la syphilis.

Se presentan, entonces, los siguientes estados de la enfermedad crónica de la psora (que son los mismos para las otras dos enfermedades crónicas):

1. Psora primaria: Es la manifestación externa inicial de la psora interna, o sea, el padecimiento de la sarna (o de sus otras formas) (Hahnemann, 1999, pág. 64).

2. Psora secundaria: Es el estado patológico que se produce después de la desaparición espontánea o terapéutica (supresiva) de los síntomas de la piel (Hahnemann, 1999, pág. 65). Se puede presentar como:

a. Psora latente: Es la que se encuentra en estado letárgico, desencadenando síntomas que no alcanzan la fisonomía que permita considerarla una enfermedad particular. “El individuo afectado por algunas o muchas de estas molestias, se cree sano aún, y otros comparten también su ilusión” (Hahnemann, 1999, pág. 73).

b. Psora agudizada: Son explosiones pasajeras de la psora latente que producen toda la apariencia de una enfermedad aguda.

“Frecuentemente incluso en circunstancias exteriores favorables, cuando la persona avanza en edad, motivos menores (un disgusto moderado, o un enfriamiento, un error en la dieta, etc.) pueden producir un acceso violento (aunque corto) de la enfermedad: un cólico fuerte, una angina, una inflamación del pecho, una erisipela, una fiebre, y otros similares, accesos cuya violencia a menudo no está en relación con la causa moderada de la irritación” (Hahnemann, 1999, pág. 73).

c. Psora desarrollada o manifiesta: Es el estado con síntomas incrementados y más fuertes con respecto al latente, que se repiten a menudo o se vuelven continuos, representados por las innumerables enfermedades crónicas (Hahnemann, 1999, págs. 73-75).

Hahnemann da dos listas de síntomas psóricos en su libro de Enfermedades Crónicas, la primera respecto a la psora latente (parágrafo 97) y la segunda a la desarrollada (parágrafo 106), que obtuvo de los casos que él mismo trató con éxito, “y que, por testimonio de los enfermos, habían sido originados por una infección sarnosa, y que no estaban mezclados con la peste de la lujuria o con el mal verrugoso” (Hahnemann, 1999, pág. 76). De la syphilis y de la sycosis solo da algunos síntomas aislados.

 

2. Tratamiento de las enfermedades crónicas miasmáticas

Hahnemann afirma que la psora primaria contraída recientemente “cede, la mayor parte de las veces, sin ningún remedio externo, a una sola muy pequeña dosis de una preparación de azufre (potenciado de manera pertinente), y sana, así, al término de dos, tres, o cuatro semanas”. Pero si ha estado ya durante algún tiempo en la piel, “el azufre solo (como cualquier otro remedio antipsórico aislado) no alcanza para procurar una curación completa y se está obligado a recurrir, para lograr auxilio homeopático, a este o a aquel medicamento antipsórico restante, de acuerdo a los restantes síntomas” (Hahnemann, 1999, págs. 131-132).

En la psora secundaria, ya sea en su estado latente o desarrollado, “muy raramente puede ser curado por un solo remedio antipsórico, antes bien, se necesita emplear varios de estos remedios, e incluso, en los casos más molestos, un número bastante grande de éstos, sucesivamente, para una curación completa”. El Sulphur, en una curación de la psora desarrollada, “apenas puede ser repetido tres – cuatro veces (incluso luego de que se haya hecho uso de otros remedios en los intervalos) si no se desea que la curación sea anulada” (Hahnemann, 1999, pág. 131).

Del tratamiento de la sycosis, dice:

“La gonorrea pendiente del miasma verrugoso, así como sus excrecencias (es decir, la sycosis entera) son curadas de la manera más certera y radical con el uso interno de jugo, aquí homeopático, de Thuja, en una dosis de algunos globulillos del tamaño de semillas de adormidera, embebidos en una dilución potenciada a la decillonésima (30 C), y cuando ésta, al término de 15, 20, 30, 40 días, ha tenido efecto, se alterna con una dosis así de pequeña de Ácido Nítrico diluido a la billonésima (6 C), durante la permanencia de cuyo efecto se debe aguardar, hasta obtener la curación perfecta de la gonorrea y de las excrecencias, es decir, hasta barrer la psicosis entera, sin que sea necesario aplicar nada externo, excepto en los casos más viejos y más difíciles donde conviene topicar una vez por día las verrugas más grandes con el suave jugo entero de hojas frescas de Thuja (mezclado en partes iguales con alcohol) (tintura)” (Hahnemann, 1999, pág. 110).

En el tratamiento de la sífilis, diferencia la sífilis simple, es decir, la no complicada con otro miasma crónico, de la complicada. La sífilis primaria (manifestada por el chancro o por su sustituto cuando ha sido suprimido, el bubón del regazo, que es un ganglio linfático inflamado, a veces purulento, localizado generalmente en la ingle) y la sífilis secundaria simple se curan con “una sola pequeña dosis del mejor remedio mercurial” (Mercurius Vivus) (Hahnemann, 1999, pág. 116).

La curación total de la sífilis y de la sycosis se observa cuando la afección local externa, ósea el chancro y las verrugas respectivamente, desaparecen sin quedar ningún vestigio. Si se comienza el tratamiento cuando anteriormente se ha hecho una supresión de estos síntomas exteriores, el convencimiento de que la curación es completa llega cuando la cicatriz decolorada (pálida, rojiza o azulada), que siempre queda en el sitio donde existía el chancro o la verruga, toma nuevamente el color del resto de la piel sana y toda decoloración desaparece del lugar (Hahnemann, 1999, págs. 118-121).

Cuando la sífilis se halla complicada con una psora desarrollada (la psora latente no produce esta complicación), lo que se llama sífilis larvada, falsa y que los ingleses llaman pseudosífilis, el médico debe:

“Primero emplear contra la psora el remedio antipsórico homeopáticamente más ajustado al estado mórbido de esta vez, y que, cuando éste haya realizado su acción, haga actuar un segundo remedio lo más adecuado posible a los síntomas psóricos todavía sobresalientes y lo deje actuar contra la psora mientras y hasta que todo lo que esté al alcance de la mano se logre lo mejor posible; a continuación se administrará primero para la sífilis la dosis indicada precedentemente del mejor medicamento mercurial y se la dejará actuar tres, cinco, hasta siete semanas, es decir, mientras continúe produciendo todavía una mejoría de los síntomas de la sífilis” (Hahnemann, 1999, pág. 120).

“Sin embargo, en casos antiguos y difíciles, no se habrá alcanzado totalmente el objetivo con este primer rumbo… Aquí es necesario repetir el tratamiento tal como fue hecho la primera vez, es decir, comenzar, otra vez, por elegir, entre los medicamentos antipsóricos de los que uno no se ha servido aún, uno o varios de aquellos que sean los homeopáticamente más ajustados, y administrarlos hasta que desaparezca lo mórbido no sifilítico, es decir, lo que parece psórico; luego de lo cual, se administra otra vez la dosis indicada de remedio mercurial, pero en otro grado de potencia, y se deja actuar hasta que se vayan tanto los síntomas evidentes como los secundarios de la sífilis” (Hahnemann, 1999, pág. 120).

En caso de presentarse los tres miasmas crónicos complicados, Hahnemann aconseja tratar primero la enfermedad más grave, que para él es la psora, y después los miasmas venéreos, que se harán consecutivamente predominantes. Escribe al respecto:

“Mi práctica me ha ofrecido solamente dos casos con complicación de los tres miasmas crónicos… que fueron curados siguiendo los mismos principios, es decir, que el tratamiento fue primero dirigido contra la psora (en la página 110 dice: “Aquí es necesario atender primero la parte más grave, es decir, la psora”), después contra aquel miasma, de entre los otros dos, cuyos síntomas se destacan más en ese momento, y al final contra el restante. Fue necesario combatir de nuevo un resto de síntomas psóricos que todavía subsistían, mediante los remedios más apropiados, y solo después terminar de erradicar lo que restaba todavía de la sycosis y de la sífilis con los remedios pertinentes a cada una, mencionados precedentemente” (Hahnemann, 1999, págs. 120-121).

Por atribuir gran parte de los síntomas crónicos a la psora, era de esperarse que Hahnemann siempre haya querido tratar primero este miasma. Con la clasificación de Sánchez Ortega de los síntomas, se observa que la enfermedad crónica miasmática más grave o predominante en el hoy del paciente puede ser cualquiera de las tres, y el tratamiento debe dirigirse, entonces, a esta última enfermedad o estado.

 

3. Régimen y dieta en el tratamiento de las enfermedades crónicas miasmáticas

Debido a las pequeñas dosis utilizadas en homeopatía, debe evitarse todo aquello que pudiera de cualquier modo tener un efecto medicinal o morboso para no obstaculizar la curación, como:

Café (aunque si es tomador crónico, debe suspenderse poco a poco), té, aguas aromáticas, cervezas con sustancias vegetales medicinales (como elementos narcóticos para procurarles la facultad embriagante), vino no diluido con agua, aguardiente, licores finos preparados con especias medicinales, ponches, chocolates aromáticos, helados con aroma (por ejemplo, café, vainilla, etcétera) y el tabaco.

Salsas, comidas condimentadas, exceso de azúcar o sal de cocina, pasteles con aroma, sopas con hierbas medicinales crudas, verduras de hierbas, raíces y brotes (como espárragos, germen de lúpulo y otros vegetales) que poseen fuerza medicinal, apio, perejil, estragón, todo tipo de cebollas, queso viejo y alimentos en estado de descomposición o que posean propiedades medicinales (carne y grasa de cerdo, ganso y pato). Es contraproducente la dieta para estimular que consiste en sustancias acidificadas con vinagre o con limón; no se debe entonces permitir las frutas ácidas más que en pequeña cantidad y las dulces recomendarlas con moderación.

Los alimentos como paliativos, por ejemplo: las ciruelas pasas para el estreñimiento; el azafrán y la canela en mujeres con reglas poco abundantes; la vainilla, las trufas (un hongo) y el caviar para la debilidad de las facultades sexuales, etcétera.

Dentífricos, enjuagues bucales, perfumes, aguas de colonia, flores con fragancia fuerte en la habitación, ropa interior de lana y los agresivos tratamientos alopáticos.

Preocupaciones constantes, el disgusto y la aflicción que no se supera (una unión desafortunada, una conciencia atormentada, la muerte de un ser querido, la pérdida económica, etc.), juego compulsivo, lujurias, enervamiento por lecturas de escritos obscenos, onanismo, coito imperfecto o reprimido (ya sea por ser soltero, superstición, equivocada prescripción médica o para evitar la concepción de hijos en el matrimonio), esfuerzo mental mediante la lectura.

Además de las anteriores indicaciones necesarias para permitir la acción del medicamento homeopático, deben evitarse otros alimentos que van a complicar las molestias del enfermo, como la canela, el clavo, la pimienta, el jengibre y los amargos, en las personas que tienen débil el estómago; y las legumbres flatulentas y la carne de ternera demasiado joven en las afecciones del bajo vientre y toda vez que haya tendencia al estreñimiento (Hahnemann, 2008, págs. 353-355) y (Hahnemann, 1999, págs. 133-138).

 

4. Precauciones en el tratamiento de las enfermedades crónicas miasmáticas

Entre las grandes aportaciones de Kent a la clínica homeopática están las “observaciones después de la prescripción”, que extrae en gran parte de los escritos de Hahnemann, como se puede observar en las siguientes precauciones en el tratamiento de las enfermedades crónicas:

“Si durante la acción de un remedio antipsórico bien elegido, llega a manifestarse, por ejemplo, una cefalea moderada, un poco de dolor de garganta, o una diarrea, o alguna otra molestia moderada (indisposición), que no se le haga tomar al enfermo en el ínterin otro medicamento, ya sea no antipsórico, o antipsórico” (Hahnemann, 1999, pág. 145).

Si durante la toma del medicamento reaparecen síntomas que existieron anteriormente (síntomas antiguos):

“Es un signo de que el medicamento ha penetrado profundamente en la esencia de esta enfermedad, que será más eficaz a continuación, y es necesario, entonces, que se lo deje un tiempo sin estorbo, hasta que haya desaparecido el efecto, sin la menor administración, en el ínterin, de otro medicamento” (Hahnemann, 1999, pág. 146).

Cuando aparecen síntomas que nunca han existido, es decir, síntomas nuevos, y son de poca intensidad, no hay que intervenir porque se disipan rápidamente sin detener la virtud curativa del medicamento bien elegido. Pero cuando son muy intensos, indican que el tratamiento no ha sido bien elegido y es necesario inhibir su acción con un antídoto[1] o un medicamento antipsórico que se adapte más exactamente (Hahnemann, 1999, pág. 146).

El aumento ligero de los síntomas al comienzo del tratamiento, conocida como agravación homeopática, es un signo del inicio de la curación. No así si ésta agravación perdura muchos días, pues aquí ya se debe a un exceso en la dosis. En este último caso hay que dar un antídoto o el antipsórico más adecuado (Hahnemann, 1999, págs. 146-147).

Cuando se ha elegido un medicamento homeopáticamente acertado, debe dejarse que la dosis agote su acción sin perturbarla mientras ella favorezca visiblemente la curación, evitándose toda nueva prescripción. “Solo cuando finalmente los antiguos síntomas, ya anulados por el remedio último o muy disminuidos, comienzan de nuevo durante un par de días a acrecentarse, solo entonces, es el momento de dar nuevamente una dosis del medicamento más apropiado homeopáticamente” (Hahnemann, 1999, pág. 150). Al enfermo, para que este más paciente, se le puede dar placebo (Hahnemann, 1999, pág. 157). La única excepción de la regla que prohíbe la repetición inmediata del mismo medicamento tiene lugar cuando la dosis del remedio bien elegido y que se ha mostrado beneficioso, produce una mejoría muy corta (Hahnemann, 1999, pág. 154).

Si el medicamento produce síntomas molestos no pertenecientes a esta enfermedad y el ánimo del enfermo se va destemplando más, aunque ocurra después de la primera dosis una mejoría repentina, extraordinaria (los síntomas toman una dirección equivocada), el medicamento ha actuado como paliativo y nunca se le podrá volver a prescribir, incluso después de remedios intermedios (Hahnemann, 1999, pág. 153).

“Un cambio muy frecuente y rápido de remedio es un signo de que el médico no ha elegido ni uno ni otro de manera adecuadamente homeopática y que, del mismo modo, tampoco investigó lo suficiente los síntomas conductores del caso” (Hahnemann, 1999, pág. 155).

Si el remedio antipsórico produce desde los primeros días una mejoría como por encanto de los síntomas más graves, se ha realizado una paliación y debe esperarse en los siguientes días una agravación de la enfermedad (mejoría corta seguida de agravación). En este momento se debe recurrir a un antídoto o al medicamento más apropiado al caso presente (Hahnemann, 1999, pág. 158).

Si durante el tratamiento de los miasmas crónicos aparecen enfermedades intercurrentes epidémicas o incluso esporádicas, se debe suspender el tratamiento antimiasmático y dar de los llamados medicamentos no antipsóricos para la enfermedad intercurrente. Después de su curación, se continúa el tratamiento antipsórico o miasmático, ajustándolo al actual estado de enfermedad que permanece (Hahnemann, 1999, págs. 159-162).

“No será difícil comprender que una enfermedad crónica (psórica) tan antigua… requiere mucho tiempo y paciencia para extirpar todas las partes de este inmenso pólipo dinámico de muchos brazos” (Hahnemann, 1999, pág. 164). Por eso Hahnemann da la siguiente recomendación:

“Hacia la mitad del tratamiento, la enfermedad, disminuida, comienza a volver progresivamente al estado de psora latente; los síntomas se vuelven menos y menos marcados, y finalmente el médico atento percibe solo trazas de ellos, pero, sin embargo, él los debe seguir hasta su completa desaparición mediante el tratamiento antipsórico, porque, incluso el menor resto de ellos contiene un germen para el nuevo crecimiento de los antiguos males” (Hahnemann, 1999, pág. 163).

El medicamento de preferencia se debe tomar en ayunas, sin comer después de media a una hora, y permaneciendo por lo menos una hora tranquilo, sin dormir. No se debe tomar poco tiempo antes de la menstruación, ni mientras dure el flujo menstrual; pero se le puede dar, si fuera preciso, al cuarto día. El embarazo pone tan poco obstáculo a los tratamientos antipsóricos, y se tornan más necesarios (porque los males crónicos se despliegan más) y más eficaces (por la exaltación de la sensibilidad y el ánimo de la embarazada). Los lactantes no tomaran el medicamento directamente si no por medio de la leche de su madre o nodriza (Hahnemann, 1999, págs. 165-166).

 

 

[1] El antídoto es un remedio que presenta en su patogenesia en grado intenso, un grupo de síntomas análogos (semejantes) a los síntomas nuevos importunos (Por eso, Granier sugiere mejor llamarlo “homeódoto”: semejante al dado)… Surge después de una prescripción errónea. Calma un síndrome nefasto por su violencia, sobreañadido a la enfermedad por la acción del primer remedio. Su administración despeja el cuadro de esos síntomas adventicios y pone de relieve los síntomas verdaderamente característicos del estadio actual de la enfermedad (Demarque, 1981, págs. 203-209).

 

 

 

Referencias

Hahnemann, S. (1999). Las Enfermedades Crónicas, su Naturaleza Peculiar y su Curación Homeopática. (C. Viqueira, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Tomás P. Paschero.

Hahnemann, S. (2004). El Organón de la Medicina. (D. Flores Toledo, Trad.) México, D. F.: Instituto Politécnico Nacional.

Hahnemann, S. (2008). Organon del Arte de Curar. (R. G. Pirra, Trad.) Buenos Aires, Argentina: RGP Ediciones.

Sánchez, P. (2012). Miasmas. La Homeopatía de México, 81(677), 31-37. Obtenido de http://www.similia.com.mx/index.php?sec=revista