Por Iván Navas. Agosto 23, 2017
¿Los médicos homeópatas hacen uso de las vacunas?
Los médicos homeópatas ortodoxos no utilizan ni recomiendan el uso de las vacunas por las siguientes razones:
1. La enfermedad aguda es considerada un mecanismo de liberación, una válvula de escape que aprovecha la naturaleza humana para disminuir su carga de enfermedad crónica, siendo esta circunstancia impedida por la vacunación. Afirma Alan Phillips, un abogado estadounidense que ha escrito numerosos artículos y obras sobre la vacunación, que los niños que no contraen el sarampión tienen mayor incidencia de enfermedades dermatológicas y degenerativas en huesos y cartílagos, así como tumores. Igualmente, que el cáncer de ovario es mayor entre las mujeres adultas que no pasaron la parotiditis (Discovery Dsalud, 2009).
2. Las enfermedades de la infancia son casi siempre benignas y auto limitadas, en condiciones de buena higiene y alimentación. Los datos de los “Centros para el Control de las Enfermedades” (CDC) muestran que el 99,8% de los niños que sufrieron la tos ferina entre 1992 y 1994 se recuperaron. De hecho, pasarlas suele ser bueno porque inmunizan para toda la vida, contribuyendo al desarrollo de un fuerte y saludable sistema inmune; en cambio, la inmunización inducida por una vacuna es, en el mejor de los casos, temporal, desplazando las enfermedades infantiles hasta la edad adulta, donde las tasas de mortalidad, aunque siguen siendo bajas, son mayores (Discovery Dsalud, 2009).
3. Ellas causan hiperactividad, no solo del sistema inmunológico, sino de todo el organismo, tanto en lo físico como en lo mental. A nivel físico, aumenta los problemas alérgicos como rinitis, bronquitis, asma, dermatitis atópica, etcétera; y a nivel mental, produce en los niños más excitabilidad, nerviosismo e inquietud. Dice la Dra. Schuch:
“En nuestro sistema inmune hay dos padrones de respuesta linfocitaria, las células Th1: respuesta aguda, función primaria de fagocitosis, producción de interferón, interleucina 2, factor de necrosis tumoral; y las células Th2: memoria y reconocimiento, respuesta alérgica y tardía, producen inmunoglobulinas (IgG, IgE, IgM), anticuerpos específicos, interleucinas 3, 4, 5, 9, 10, 13, que activan los mastocitos y basófilos. Ellas se mantienen en equilibrio (Th1/Th2), autorregulándose por inhibición recíproca… El creciente aumento de las vacunas, es considerado un factor de inhibición de la vía Th1, permitiendo el predominio de la vía Th2, donde preponderan las respuestas alérgicas… Esta hipótesis justifica el aumento de enfermedades alérgicas (asma, rinitis, eczema atópico) y la mayor incidencia de enfermedades crónicas (diabetes mellitus tipo 1, virus herpes simples, etc.)” (Schuch de Azambuja).
4. El material biológico de la vacuna puede generar enfermedad. El Dr. Gómez, médico homeópata ecuatoriano, explica al respecto:
“Está demostrado que cuando se administran sustancias biológicas al organismo, irrespetando las barreras naturales de entrada (piel, mucosas, tejidos linfáticos, etc.), hasta que se obtenga la reacción inmunológica con la particular producción de anticuerpos, existe un período de tiempo en el cual las sustancias biológicas, virus y bacterias “atenuados” o partes de los mismos, ávidos de nucleótidos para su multiplicación, atraviesan las membranas celulares, llegando al núcleo celular, al punto de combinarse y recombinarse con los propios ácidos nucleicos del huésped, y se mantienen así durante días, semanas, meses y años, como virus “lentos” y, bajo condiciones adecuadas, manifiestan la misma enfermedad o, lo que es peor, pueden mutar con nuestros ácidos nucleicos y manifestar nuevas enfermedades infecciosas, como el SIDA, o alterar nuestros ácidos nucleicos y dar lugar a otras enfermedades degenerativas, crónicas y autoinmunes… Los virus que llegaron a nuestros núcleos celulares son identificados como extraños, y el sistema inmunológico, en su intento por eliminarlos del organismo, arremete contra las propias células, que ya se han multiplicado con los virus en sus ácidos nucleicos, desarrollando nuevas enfermedades autoinmunes” (Gómez, 2010).
5. Las vacunas incluyen innúmeras sustancias tóxicas, como formaldehído, mercurio, aluminio y antibióticos (anfotericina B, neomicina, kanamicina, etc.). El formaldehído, usado para inactivar los virus, es considerado cancerígeno. El timerosal, un derivado del mercurio, es utilizado para evitar la contaminación de las vacunas, y actualmente está presente en las vacunas DPT, DT, hepatitis B, meningitis y gripe. El mercurio es neurotóxico en muy bajas concentraciones, pudiendo ocasionar atraso en el lenguaje, dificultades cognitivas, cambios de humor, déficit de atención, ataxia, temblores, depresión, ansiedad, disturbios gastrointestinales, anomalías fetales etc. Geier y Geier (2003) encontraron un aumento de riesgo de autismo, retardo mental y disturbios neurológicos en niños que recibieron vacunas conteniendo mercurio. En el cabello de los niños autistas se ha encontrado un alto nivel de mercurio (Schuch de Azambuja); y otro dato que apoya la sospecha de que las vacunas causan autismo es la existencia de un grupo de médicos que ha logrado mejorías enormes en la salud y en el comportamiento de pacientes autistas mediante la utilización de un régimen sistemático de desintoxicación de mercurio. Y es que algunos niños reciben actualmente a través de las vacunas 100 veces más mercurio que la cantidad máxima permitida por la agencia de protección ambiental (EPA) (Discovery Dsalud, 2009).
El aluminio, considerado un adyuvante que estimula la respuesta inmunológica, está presente en varias vacunas utilizadas en dosis repetidas como la DPT, hepatitis A y B, y Neumococo. El aluminio causa una disminución de la conducción nerviosa, disfagia, parálisis esofágica, vesical y rectal, paraplejía, tendencia al endurecimiento tisular, entre otros síntomas. Estudios demuestran la relación entre el hidróxido de aluminio utilizado en las vacunas y enfermedades como Alzheimer, Parkinson, demencia y miofacitis macrofágica[1] (Schuch de Azambuja).
6. Las vacunas no siguen el principio de la individualización. Todos los niños se tratan de la misma manera, independientemente de su edad y peso. Un bebé de dos meses que pesa 4.5 kilos recibe la misma dosis que un niño de 5 años que pesa 18. Luego los bebés con sistemas inmunitarios inmaduros y en proceso de desarrollo suelen recibir, en proporción al peso, cuatro o más veces la dosis que se aplica a un niño mayor. Además, la vacunación masiva supone que todas las personas responderán de la misma manera a una vacuna, independientemente de su raza, cultura, dieta, constitución genética, ubicación geográfica o cualquier otra característica (Discovery Dsalud, 2009).
7. Las bajas tasas de enfermedad infantil no se deben a la vacunación. Mucho antes de la puesta en marcha de los programas de vacunación obligatoria, la “Asociación Británica para el Avance de las Ciencias” había constatado que entre 1850 y 1940 las enfermedades infantiles habían disminuido un 90%, gracias a la mejora del saneamiento público y a las prácticas de higiene. El doctor Harold Buttram publicó un artículo en el año 2000, en “The Medical Sentinel”, donde afirmaba: “Entre 1911 y 1935 las cuatro causas principales de muerte infantil por enfermedades infecciosas en Estados Unidos eran la difteria, la tos ferina, la escarlatina y el sarampión. Sin embargo, en 1945 la tasa de mortalidad de las cuatro enfermedades juntas había disminuido un 95%, antes de la implementación de los programas sistemáticos de vacunación” (Discovery Dsalud, 2009).
8. No se ha demostrado científicamente que la vacunación prevenga enfermedades. El estándar preferido de la comunidad médica, el estudio a doble ciego con grupo de control frente a grupo placebo, no se ha utilizado jamás para comparar personas vacunadas con personas no vacunadas (Discovery Dsalud, 2009).
Aunque las vacunas estimulan la producción de anticuerpos, no hay ninguna evidencia que su aumento garantice la inmunidad. En 1950, el “Consejo Médico Británico” publica un estudio sobre una epidemia de difteria, que concluye que no había relación entre la cantidad de anticuerpos y la incidencia de la enfermedad. Los investigadores encontraron personas resistentes a la enfermedad que tenían niveles de anticuerpos extremadamente bajos, y enfermos con niveles altos de anticuerpos. La inmunidad natural es un proceso complejo que involucra muchos órganos y sistemas, y no se puede reproducir en su totalidad estimulando artificialmente la producción de anticuerpos (Discovery Dsalud, 2009).
Respecto a su eficacia, está demostrado, según un número significativo de estudios, que ha habido epidemias de sarampión, paperas, viruela, poliomielitis y gripe, entre personas que habían sido previamente vacunadas. En 1989 los “Centros para el Control de las Enfermedades” (CDC) de Estados Unidos, informaron que “entre los niños en edad escolar han habido epidemias (de sarampión) en escuelas con tasas de vacunación superiores al 98%” (Discovery Dsalud, 2009).
9. La homeopatía cuenta con medicamentos específicos para prevenir ciertas enfermedades; además, hace al paciente más inmune a ellas al mejorar su estado de salud; y brinda, en caso de presentarse, medicamentos para su curación. Dice Phillips, que hay estudios epidemiológicos que demuestran que los remedios homeopáticos son muy superiores a las vacunas en la prevención de enfermedades y, que a diferencia de las vacunas convencionales, son seguros, eficaces y sin efecto secundarios (Discovery Dsalud, 2009).
[1] Enfermedad caracterizada por dolores musculares, fatiga debilitante crónica y disturbios en la concentración.
Referencias
- Discovery Dsalud. Discovery Dsalud. [En línea] octubre de 2009. http://www.dsalud.com/index.php?pagina=articulo&c=126.
- Schuch de Azambuja, Liliane Maria. CESAHO, Centro de Estudios Avanzados en Homeopatía. [En línea] http://www.cesaho.com.br/biblioteca_virtual/index.aspx.
- Gómez, Freddy. Vacunación y Homeopatía. [aut. libro] Luis Alberto Granja Ávalos. Ortodoxia Homeopática. Quito : V&M Gráficas, 2010, págs. 333-346.
- Lasprilla, Eduardo. Epistemología y medicina. Un estudio de la naturaleza humana. Barranquilla : Antillas, 1992.